De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se practican en el mundo un estimado de 55,7 millones de interrupciones del embarazo en condiciones riesgosas, lo que representa 47% del total. A pesar de la frecuencia de la realización de abortos y de la cantidad de información disponible al respecto, son aún muchos los prejuicios que pretenden vincular al aborto con la posible aparición de enfermedades mentales y que son utilizados para impedir su legalización.

Un estudio elaborado por las doctoras Nada Stotland y Ángela Shrestha ofrece nueva evidencia de que el aborto no está asociado con un mayor riesgo de enfermedad mental. La información fue publicada en JAMA Pshiquiatry, que funciona con el auspicio de la Sociedad Americana de Medicina, y sostiene que el argumento con el que se ha pretendido vincular al aborto con enfermedades mentales suele partir de la comparación entre mujeres que habían planificado su embarazo y aquellas embarazadas que querían abortar; en esos casos, se detalla, la situación mental de las primeras resultaba más apacible, por estar menos preocupadas, que la de las segundas. De acuerdo con las investigadoras, el estudio debe centrarse entre embarazadas que desean abortar, comparando a las que pueden hacerlo y las que no. De esta forma, se precisa que aquellas mujeres a las que se les garantiza un aborto no riesgoso presentan un mejor diagnóstico psicológico que aquellas a las que se les impide por motivos familiares, morales, religiosos o legales.

Las autoras alertan que los estudios que sugieren esa relación han sido utilizados como parte de las campañas en contra del aborto, aún cuando presentan lo que ellas consideran como errores en las muestras. Para argumentar este punto, analizan un estudio publicado en 2017 en Dinamarca, donde se indagaron las historias médicas de 396.397 mujeres que tenían entre 18 y 32 años entre enero del 2000 y el 31 de diciembre de 2012 y que estaban divididas en dos grupos: una parte había abortado por su elección y la otra estaba integrada por mujeres que continuaron el embarazo hasta el nacimiento de sus bebés. En esos casos, comparaban el tiempo promedio que cada grupo tardó en que le prescribieran antidepresivos. El resultado llevó a su autor a concluir que el riesgo de depresión era mayor para las mujeres que abortaban, pero Stotland y Shrestha aseguran que en el análisis no se consideró un dato mayor que indicaba que, así como compraron los antidepresivos después de la interrupción, también lo habían hecho antes.

Según se precisa en el ensayo publicado por JAMA, “las mujeres con trastornos psiquiátricos son diferencialmente vulnerables a concebir embarazos que no pretenden o que ocurren en momentos en que no se consideran capaces de proporcionar una crianza adecuada. Por lo tanto, los médicos pueden esperar encontrar muchas pacientes que han tenido abortos y algunas que enfrentan decisiones sobre embarazos actuales. Los estudiantes, aprendices y legisladores necesitan información precisa” al respecto; entendiendo que la interrupción voluntaria del embarazo no es una causa directa de casos de depresión u otros trastornos.

A partir de 2017, casi un tercio de las mujeres en los Estados Unidos tendrán un aborto inducido antes de los 45 años.

Según un informe publicado por la OMS en 2017, “en los países donde el aborto está completamente prohibido o se permite solo para salvar la vida de la mujer o preservar su salud física, solo 1 de cada 4 abortos fue seguro; por el contrario, en los países donde el aborto es legal en supuestos más amplios, casi 9 de cada 10 abortos se realizó de manera segura. Restringir el acceso al aborto no reduce el número de abortos”.